Emir independiente de Córdoba y fundador del Califato de Córdoba en 929. Nació en Córdoba en 891 y murió en Medina Azahara en 961.
Cuando apenas contaba veintiún años sucede a su abuelo Abdalá al fallecer éste en 912, dando desde el principio muestras de una gran habilidad política. Las circunstancias de su sucesión, muy extraña al recaer en un nieto del emir finado y no en un hijo, son oscuras. Su padre Mohamed, primogénito de Abdalá, podría haber sido asesinado por su hermano Mutarraf cuando Abderramán era aún niño. Las fuentes señalan que Abdalá lo elige como sucesor en detrimento de sus tíos y que éstos, que años después conspiraron para derrocarlo, acudieron gustosos a su proclamación.
Hereda de los emires anteriores una difícil situación interna, marcada por el enfrentamiento entre la aristocracia árabe y los muladíes y beréberes, de hecho su poder efectivo se restringía en la práctica a la ciudad de córdoba y a sus arrabales. Paralelamente, en el plano de la política exterior, tuvo que enfrentarse a la amenaza de los reinos cristianos del norte, que habían logrado ampliar sus territorios merced a las tensiones internas del reino andalusí, y al califato fundado por los fatimíes en la actual Túnez.
Sus primeros esfuerzos como emir se orientarán a reconstituir su estado, restableciendo el orden. Badajoz es tomada en 930, Toledo en 932 y Zaragoza en el año 937. Quedaban solventados de esta forma los problemas internos y Abderramán III pudo dedicarse ya a detener las incursiones cristianas.
El otro eje de la política exterior de Abderramán III fue frenar la expansión en el norte de África del califato fatimí, proclamado en 909, que buscaba expandirse por Al-Andalus. Será precisamente esta amenaza la que lleve a Abderramán III a proclamarse califa, príncipe de los creyentes y defensor de la religión en 929, reivindicando así la independencia andalusí frente a Bagdad o Túnez. El califato de Córdoba se dota de una potente flota marítima con base en Almería, con la que logrará conquistar Melilla, en 927, Ceuta en 931 y Tánger en 951, y establecer una suerte de protectorado sobre el norte y el centro del Zagreb.
En general, Abderramán III no sólo logró recomponer un estado en crisis y contener a sus enemigos, sino que consolidó un nuevo ciclo de desarrollo económico y prosperidad que le permitió iniciar contactos diplomáticos con los estados europeos y principalmente con Bizancio. Será este ambiente el que propicie la realización de numerosos obras públicas y monumentos en Córdoba, mereciendo especial mención el palacio de Medina Azahara. Le sucede su hijo Al-Hakam II.
Cuando apenas contaba veintiún años sucede a su abuelo Abdalá al fallecer éste en 912, dando desde el principio muestras de una gran habilidad política. Las circunstancias de su sucesión, muy extraña al recaer en un nieto del emir finado y no en un hijo, son oscuras. Su padre Mohamed, primogénito de Abdalá, podría haber sido asesinado por su hermano Mutarraf cuando Abderramán era aún niño. Las fuentes señalan que Abdalá lo elige como sucesor en detrimento de sus tíos y que éstos, que años después conspiraron para derrocarlo, acudieron gustosos a su proclamación.
Hereda de los emires anteriores una difícil situación interna, marcada por el enfrentamiento entre la aristocracia árabe y los muladíes y beréberes, de hecho su poder efectivo se restringía en la práctica a la ciudad de córdoba y a sus arrabales. Paralelamente, en el plano de la política exterior, tuvo que enfrentarse a la amenaza de los reinos cristianos del norte, que habían logrado ampliar sus territorios merced a las tensiones internas del reino andalusí, y al califato fundado por los fatimíes en la actual Túnez.
Sus primeros esfuerzos como emir se orientarán a reconstituir su estado, restableciendo el orden. Badajoz es tomada en 930, Toledo en 932 y Zaragoza en el año 937. Quedaban solventados de esta forma los problemas internos y Abderramán III pudo dedicarse ya a detener las incursiones cristianas.
El otro eje de la política exterior de Abderramán III fue frenar la expansión en el norte de África del califato fatimí, proclamado en 909, que buscaba expandirse por Al-Andalus. Será precisamente esta amenaza la que lleve a Abderramán III a proclamarse califa, príncipe de los creyentes y defensor de la religión en 929, reivindicando así la independencia andalusí frente a Bagdad o Túnez. El califato de Córdoba se dota de una potente flota marítima con base en Almería, con la que logrará conquistar Melilla, en 927, Ceuta en 931 y Tánger en 951, y establecer una suerte de protectorado sobre el norte y el centro del Zagreb.
En general, Abderramán III no sólo logró recomponer un estado en crisis y contener a sus enemigos, sino que consolidó un nuevo ciclo de desarrollo económico y prosperidad que le permitió iniciar contactos diplomáticos con los estados europeos y principalmente con Bizancio. Será este ambiente el que propicie la realización de numerosos obras públicas y monumentos en Córdoba, mereciendo especial mención el palacio de Medina Azahara. Le sucede su hijo Al-Hakam II.
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